Este año 2020 se celebran las elecciones presidenciales en EEUU, no sabemos quién ocupará la Casa Blanca, pero sí sabemos quien fue el primer presidente de esta nación, George Washington. El 30 de abril del año 1789 tomó posesión de su cargo como primer presidente de la recién liberada Unión Americana. La trayectoria política y pública de este gran hombre es extraordinaria. Una recia personalidad lo hizo destacarse desde el primer momento de su lucha por la independencia de las 13 colonias americanas de la metrópoli.
La recia personalidad de Washington lo perfilaba como el futuro líder de la nación. Su participación en las luchas revolucionarias, su brillante carrera al frente de los ejércitos y finalmente su gran influencia como estadista y político hicieron que muchos pensaran en él como el primer presidente de la nueva nación, y así fue. En las elecciones celebradas el 4 de febrero del año 1789, él fue electo como presidente y John Adams como vice. El Washington que llegó a Nueva York para tomar la silla presidencial era un hombre de fuertes convicciones cristianas y de sólidos valores morales; la lectura de La Biblia y la oración eran parte de su agenda diaria. Entre las cualidades de Washington estaban saber seleccionar sus colaboradores. Se rodeó de una constelación de hombres brillantes, temerosos de Dios y con el deseo de servir a su nación. Las tareas prioritarias del nuevo presidente eran consolidar la nación, tanto en el interior como en el exterior. Envió a sabios consejeros a Europa para hacer tratados comerciales y de otro tipo con las potencias europeas de la época. Había problemas internos que resolver, pero la sabiduría del primer presidente de los EEUU tenía un fuerte respaldo bíblico. Él había dicho «Es imposible gobernar rectamente una nación sin Dios y sin La Biblia» y lo cumplió. Cuando terminó su primer período presidencial quiso retirarse a su hacienda de Mount Vernon, pero el pueblo le pidió un segundo mandato. No de muy buena gana aceptó. Finalmente se retiró a su hacienda de Mount Vernon en marzo de 1797. Falleció el 14 de diciembre de 1799, dos meses antes de cumplir los 68 años de edad.
1 Comentario
Hay fechas que si yo pudiera borraría del calendario, pero no puedo hacerlo, mas lo que sí puedo hacer es recordar a mis amables lectores que un día como hoy, 20 de abril del año 1889, nació un monstruo que se llamó Adolfo Hitler. El solo nombre de esta figura imparte miedo. Cuando leemos su biografía sentimos escalofríos, pero lo que más nos horroriza es que un monstruo como este tenga todavía personas que ¡¡lo admiran en el mundo!!
El peor de todos los sentimientos es el odio, el cual se adueñó de su corazón siendo un jovencito. Sus deseos de ser grande (megalomanía) llenaron su corazón y su mente de odio contra todo el mundo. La difícil situación que vivía Alemania, después de ser derrotada en la I Guerra Mundial, le sirvieron de caldo de cultivo para sus insanas aspiraciones. Dotado con un carisma extraordinario para atraer multitudes usó esa habilidad para engañar a millones de alemanes que anhelaban una Alemania fuerte y próspera. La historia se repite a menudo. Escenarios distintos y actores diferentes, pero el drama humano es el mismo. Hitler se aprovechó de los errores y las debilidades de las democracias europeas de su época para convertirse en el monstruo que fue. Nadie ha causado más dolores a la humanidad en la historia moderna que este engendro de Satanás. Su odio contra los judíos lo llevó a masacrar a más de 6 millones de ellos en los campos de concentración de la Alemania Nazi. La destrucción de Europa y de Alemania fue la cosecha de su siembra de odio y violencia. Su origen socialista le llevó después a ser el peor enemigo de la Unión Soviética y del resto del mundo. Se suicidó el 30 de abril del año 1945 cuando Berlín era asaltado por las tropas aliadas. Junto al cadáver de este loco estaba el de su amante Eva Brown y de un perro policía que era su favorito. Sus cadáveres nunca se encontraron pues quedaron sepultados bajo los escombros del Parlamento alemán (Tercer Reich) donde estaba su guarida. Nunca olvidemos que ¡los malos siempre terminan mal! Así lo dice La Biblia (Salmos 34:21) Ayer fue el Domingo de Resurrección (Easter Sunday). No podemos dejar de recordar que Cristo no se quedó muerto en la tumba; eso es lo que el diablo hubiera querido y eso es lo que muchas falsas religiones han hecho al dejar a Cristo en el crucifijo. Cristo está vivo y activo. Alguien ha dicho que la resurrección de Cristo es «la piedra fundamental de la fe cristiana» con esa verdad el cristianismo se levanta o se cae (Josh Macdowell).
Hace algunos años mi segundo hijo visitó Jerusalén, fue un viaje de su iglesia. Él me llamó por teléfono a Cuba y me dijo «Papi, he visitado todos los lugares donde Jesús estuvo. Caminé por las calles de Belén. Me bañé en el río Jordán, donde Cristo se bautizó. Comí pescado del Mar de Galilea. Caminé por las estrechas callejuelas de Jerusalén, pero el lugar que más me impresionó fue la tumba de Cristo ¡está vacía! Es bueno recordar eso. Las tumbas de todos los grandes líderes religiosos tienen todavía algunos de los huesos de sus cuerpos; en la Meca (Arabia Saudita) reposa, según dicen, algunos huesos de Mahoma en Ceilán (actual Siri Lanka), dicen que hay un santuario que tiene una muela de Buda, se dice que en algún lugar secreto de Irán está la tumba de otros santones, pero la tumba de Cristo está vacía, es apenas un lugar para que los turistas se retraten ¡Cristo está vivo y activo! (1ra de Corintios 15). Cuando recordamos la resurrección de Cristo estamos recordando que adoramos a uno que vive para siempre. Jesús se presentó como Dios encarnado. La fe cristiana reposa sobre esa gran verdad ¡Cristo está vivo! De no ser así no vale la pena ser cristiano, Pablo lo dice bien claro; nuestra fe sería vana, pero gracias a Dios que nuestra fe está puesta en aquel que vive y reina para siempre. Él dijo ante la tumba de Lázaro de Betania «Yo soy la resurrección y la vida el que en mí cree, aunque esté muerto vivirá (Juan 11:25). Cristo vive y da vida. Vida abundante (Juan 10:10). Vida eterna (Juan 3:16). Esa es la piedra angular del cristianismo ¿Crees que Cristo vive? Si no lo crees eres digno de lástima. Yo sí lo creo y te invito a que también lo creas. Amén. Ayer fue Domingo de Ramos (Palm Sunday) ¡Ya Estamos en Semana Santa! La cual es de mucha importancia para los cristianos. Lamentablemente, estos sucesos han sido tenidos en poco por la sociedad moderna.
Hay muchas semanas y sucesos que han impactado el mundo. La Revolución Industrial impactó al mundo, la Revolución Norteamericana impactó al mundo, la Revolución Francesa impactó al mundo, la Revolución Bolchevique impactó al mundo, la Crisis de Octubre impactó al mundo, el derribo de las Torres Gemelas (9-11) impactó al mundo, pero los sucesos de la Semana Santa ¡cambiaron al mundo! La Semana Santa nos recuerda los sucesos de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesucristo. Los cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) recogen estos sucesos, pero también los historiadores no cristianos como Josefo, Plinio, el joven Tácito y otros. La Semana Santa se recuerda en nuestros países de América Latina de muchas maneras. Recuerdo cuando era joven en Güines, Provincia Habana, Cuba; el Viernes Santo salían a las calles personas que dramatizaban la Pasión de Cristo. Hace un tiempo visité Guatemala, y allí supe que, en la ciudad de Antigua Guatemala la primera capital de ese país centro americano, esta semana se celebra de una manera tan especial que vienen turistas de todo el mundo a ver lo que allí se hace. Todo eso es bueno y debemos hacerlo, pero lo que no podemos olvidarnos es que esta semana nos recuerda el sacrifico de Cristo. La muerte de un humilde carpintero cambió los destinos del mundo, porque ese hombre era más que un carpintero, era el Hijo de Dios, era Dios encarnado (Gálatas 4:4). La Semana Santa nos recuerda cuando Dios dio a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Yo me convertí a Cristo con Romanos 5:8 que dice «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores Cristo murió por nosotros» Que no se te olvide, Cristo murió por ti y por mí (Juan 3:16). |
AutorNilo Domínguez Archivos
Enero 2021
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